viernes, 4 de abril de 2014

TODO LO QUE QUIERES PERMANECE SIEMPRE EN TU CORAZÓN!!!

Para reflexionar y compartir

Yurinda, la vaca de los niños, agonizaba en un corral con el Sol clavado en la mirada. Se moría como las rosas y las milpas, mientras los hombres iban a traer agua a una presa que se llamaba como el presidente de la República.
Sólo los esqueletos de los charcos quedaban ya en aquel infierno de mujeres llorando, ante los montones de ropa sucia, desde donde a gritos le pedían a Dios una nube.
La noticia de la res moribunda sacó a los muchachos de la escuela, quienes cortaron ramas de pirul para espantarle los tábanos. No era el primer animal en sucumbir, pero sí el único que no pataleaba cuando lo uncían a cualquier carreta. Así de mansa y buena era Yurinda. La inconfundible por su lucero en la frente. La del materno bramido. La dulce bestia que los niños amaban tanto.
Esa mañana alguien la oyó mugir hacia el salón de clases, antes de hincarse temblorosa en el lugar donde nadie pudo hacer algo por salvarla. Ni siquiera el maestro. Permaneció silenciosa, con los grandes ojos desorbitados, oyendo el llanto de los escolares y las palabras de los mayores que le llegaban como del fondo de una barranca.
Toda el agua que le echaron encima se desapareció en el intento de resucitarla.
No tuvo fuerzas ni para sentir que le remojaban el paladar, y todos se desconsolaron por el fracaso. Yurinda murió rodeada por los chiquillos que ella había criado con la mejor leche del mundo. Se quedó con los cuernos echados hacia atrás, igual que cuando se acostaba para que sus amiguitos le rascaran la panza.
Después los habitantes de la aldea la pelaron para comérsela antes de que el calor la echara a perder. Toda la gente alcanzó un pedazo de carne, solamente los niños se negaron a probarla porque ella seguiría viviendo en las praderas inocentes de su corazón.

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